
29 de abril de 2019
Hola,
Mi nombre es Thomas. Soy uno de los muchos chalecos amarillos que están durmiendo en prisión ahora mismo, han pasado casi tres meses desde que fui encarcelado en la prisión de Fleury-Merogis bajo prisión preventiva.
Estoy acusado de muchas cosas después de mi participación en el acto XIII en Paris:
« daño o deterioro de la propiedad privada »
« daño o deterioro de la propiedad privada por medios peligrosos para las personas » (incendio de un Porsche)
« daño o deterioro de la propiedad privada por medios peligrosos para las personas, cometidos por el estatus de autoridad pública del propietario » (Ministerio de Fuerzas Armadas)
« daño o deterioro de la propiedad destinada al uso público o decorativo » (ataque a una patrulla y a un auto de la administración penitenciaria)
« violencia agravada bajo dos circunstancias (con un arma y en contra de la autoridad pública) y seguida de incapacidad no mayor a 8 días » (el arma sería una barrera de una construcción, en la misma patrulla, 2 días de incapacidad laboral por trauma)
« violencia contra una persona con autoridad pública »
« participación en grupo, conformado para la preparación de violencia contra las personas o daño o deterioro de la propiedad »
De hecho, cometí algunos actos que están dentro de este amplio rango de delitos… y los asumo. Estoy consciente que escribir esto puede hacer que me quede un poco más de tiempo en prisión y entiendo muy bien a todos aquellos que prefieren no admitir sus acciones en las cortes y apostar por una posible clemencia.
Cuando uno lee esta larga lista de crímenes y las tipificaciones, es suficiente para hacerme parecer como un loco, ¿cierto? Así es como me ha descrito la prensa. Al final, fui reducido a una palabra muy sencilla « vándalo » [casseur en francés]. Simple. « ¿Por qué este tipo rompe cosas? –Porque es un vándalo, evidentemente. » Todo está dicho, siga adelante porque aquí no hay nada que ver, y sobre todo, nada que entender. Es como si alguien hubiera nacido para ser un « vándalo ». Esto evita tener que preguntarse por qué una empresa esta elegida como blanco por sobre otra, y si por casualidad estos actos no tienen sentido, al menos para aquellos que se arriesgan a cometerlos.
También es muy irónico que me encuentre yo mismo usando el estigma de « vándalo », especialmente porque lo que más disfruto en la vida es la construcción, la carpintería, la ebanistería, la albañilería, la plomería, la electricidad, la soldadura… Remodelar, reparar todo lo que necesite ser reparado, construir una casa desde los cimientos, eso es lo mío. De cualquier modo, es verdad, nada de lo que he construido o reparado parece ser un banco o una patrulla.
En algunos medios he sido llamado un « bruto ». Sin embargo, yo nunca he sido una persona violenta. Incluso algunos dirían que soy dulce. Tanto que me complicó la vida durante la adolescencia. Por supuesto, en la vida, todos pasamos por situaciones difíciles que nos endurecen. De cualquier modo, yo no estoy intentando decir que soy un cordero o una víctima.
Ya no se es más inocente cuando se ha visto la violencia « legítima », la violencia legal: la de la policía. Vi el odio y el vacío en sus ojos, y escuché sus escalofriantes advertencias: « dispérsense, váyanse a casa ». Vi los cargos, las granadas y las palizas en general. Vi los controles, los registros, las trampas, los arrestos, y la cárcel. Vi a la gente caer, ensangrentada, vi a los mutilados. Como todos aquellos que se manifestaron el 9 de febrero, vi una vez más que a un hombre le había sido arrebatada una mano por una granada. Y después no vi nada más por los gases. Todos nosotros estábamos sofocados. Ahí fue cuando decidí no ser más una victima y luchar. Estoy orgulloso de eso. Orgulloso de haber levantado la cabeza, orgulloso de no haber cedido al miedo.
Por supuesto, como todos aquellos que han sido blanco de la represión contra el movimiento de los Chalecos Amarillos, yo primero me manifesté pacíficamente y diariamente, yo siempre resolví los problemas con palabras en lugar de con los puños. Pero, estoy convencido que en algunas situaciones la confrontación es necesaria. Porque la discusión por muy grande que sea, algunas veces se puede manipular o distorsionar. Todo lo que se necesita es que el organizador realice las preguntas del modo que mejor le convenga. Por un lado, se nos dice que las arcas del Estado están vacías, por otro lado, cuando los bancos están en problemas los estamos rescatando con millones, estamos hablando de una « transición ecológica » sin si quiera habernos cuestionado que el sistema de producción y de consumo es el origen de todos los problemas climáticos [1]. Somos millones los que les gritamos, les decimos que sus sistema está podrido, y ellos nos dicen cómo intentan salvarlo.
De hecho, todo es sobre la justicia. Hay un uso justo de la dulzura, un uso justo de la palabra y un uso justo de la violencia.
Debemos tomar los problemas en nuestras propias manos y dejar de implorar a los gobiernos que están decididos a ponernos contra el muro. Necesitamos un poco de seriedad, un poco de honor, y reconocer que un grupo de sistemas, organizaciones y de negocios están destruyendo nuestras vidas tanto como a nuestro medio ambiente, y que algún día tendremos que hacer que dejen de dañarnos. Eso implica actuar, eso implica acciones, eso implica elecciones: ¿protesta salvaje o mantener el orden?
Sobre esto, he escuchado muchísima estupidez en la televisión, pero hay una que me parece particularmente vulgar. No, ningún manifestante esta intentando « matar policías ». El objetivo de los enfrentamientos en la calle es llegar a hacer retroceder a la policía, mantenerlos a raya: salir de una trampa, llegar a un lugar de poder o simplemente tomar la calle. Desde el 17 de noviembre los que amenazan con disparar sus armas, los que brutalizan, los que mutilan y los que asfixian a los manifestantes desarmados e indefensos, los que no son llamados « vándalos », ellos son la policía. Si la prensa no habla sobre eso, los cientos de miles de personas que han estado en las rotondas y en las calles lo saben. Detrás de su brutalidad y de sus amenazas, se esconde su miedo. Y cuando el momento llegue, en general, significa que la revolución no está lejos.
Si bien nunca quise ver mi nombre en la prensa, ahora es el caso, y como espero que los periodistas y magistrados hurguen y expongan mi vida personal, yo mismo voy a tomar la palabra [2]. Aquí esta mi pequeña historia. Después de una infancia bastante banal en una pequeña ciudad de Poitou, fui a « la gran ciudad » de a un costado para comenzar la escuela, dejar la casa familiar (aunque realmente me gustan mis padres), y comencé una vida activa. No con el propósito de encontrar trabajo y obtener créditos, no, más bien viajar, hacer nuevas experiencias, encontrar el amor, vivir locuras, tener aventuras. Aquellos que no sueñan con esto a los 17 años deben estar seriamente perturbados.
Esta posibilidad para mí era la universidad, pero rápidamente me decepcioné ante el aburrimiento y la apatía reinantes. Luego, por suerte, me encontré con una asamblea general al comienzo del movimiento de los jubilados. Había gente que quería bloquear la universidad y que llamó mi atención. Conocí a algunos que querían ocupar un edificio y unirse a los cargadores. Al día siguiente los acompañé a tapiar el local de Medef y escribir « poder al pueblo » en los ladrillos frescos. Ese fue el día que nació el hombre que hoy soy.
Entonces yo estudié historia porque hablábamos mucho sobre la revolución y no quería hablar desde una posición ignorante. Pero muy rápidamente decidí dejar la universidad. El motivo fue simple, no solo aprendemos mucho más en los libros que en clase, sino que además no quería escalar socialmente para convertirme en un cuadro fácil del sistema contra el que quería luchar. Este fue el verdadero comienzo de la aventura.
Luego viví con muchos amigos en el campo y en la ciudad, ahí es donde aprendí a arreglar todo, a construir todo. Nosotros intentamos hacer todo por nosotros mismos en lugar de trabajar para comprarlo. ¡Una vida un poco hippie! La diferencia era que sabíamos que no íbamos a cambiar el mundo metidos en nuestro pequeño capullo de autosuficiencia. Entonces, siempre me mantuve en contacto con las noticias políticas, fui a encontrarme con quienes, como yo en el pasado, vivieron su primer movimiento.
Así fue como me uní al movimiento de los Chalecos Amarillos desde hace cuatro meses. Es el movimiento más bello y fuerte que nunca había visto. Ofrecí mi cuerpo y alma a ello, sin dudarlo. La tarde de mi arresto, mucha gente vino a saludarme, agradecerme o decirme que me cuidara. Los actos por los que me culpan, los que he cometido y los otros, son en realidad colectivos. Y eso es precisamente lo que teme el gobierno, y es por eso, que nos reprimen y nos encierran individualmente, tratando de que nos enfrentemos entre nosotros. El ciudadano bueno contra el « vándalo » malo. Pero obviamente, ni la porra ni la prisión van a detener este movimiento. Estoy de todo corazón con los que continúan.
Desde los muros de Fleury-Merogis, Thomas, Chaleco Amarillo.
[1] Esto también se aplica a muchos de los ambientalistas oficiales que desean que este pobre y contaminante hombre no pueda conducir más su camioneta de 1990, que mantiene, repara y cuida por si mismo. No, él tendrá que comprar la última alta tecnología de bajo consumo cada cuatro años.
[2] Además, los periódicos hablan de mis antecedentes penales por « degradación ». Tuve que hurgar en mi cabeza para recordar. Es mas precisamente un « robo con una pandilla organizada ». Es decir, que el pasar por encima de una cerca para recuperar alimentos en los contenedores de un mercado rural de Carrefour, esta se colapsó un poco. Esto no es una broma. Esto es sólo la magia de las tipificaciones criminales.